
Nuestra sociedad se encuentra en caída libre hacia lo singular, alejándose de una concepción plural e integradora. La tecnología nos hiperconecta a la misma velocidad que nos aísla como individuos convirtiéndonos en simples avatares en un proceso de deconstrucción social hacia lo individual, convirtiendo en un espejismo la conquista de los derechos.
En este contexto de realidad personalizada en superlativo para cada uno, el neoliberalismo construye su argumento y nos entrega a los ciudadanos una ilusión de libertad que alimenta nuestro ego y nos perfila como unidad y a la vez nos hace esclavos al reducir nuestras opciones de elección exclusivamente a lo que se muestra en la carta.
La libertad abordada desde esta perspectiva individual que nos regala la derecha, es origen de desigualdades porque las conquistas se materializan en función de lo que se consigue arrebatar al semejante; los derechos universales como el trabajo, la sanidad, la educación se articulan, como estrategia, sobre la base de expropiárselos a quien, con criterio arbitrario, no los merece.
La libertad ha de construirse desde el punto de vista colectivo, en un contexto donde los intereses estén armonizados, donde las fuerzas individuales no se inhiban recíprocamente, porque solo así se garantiza la igualdad de oportunidades, sin discriminación por raza, género, clase, nacionalidad o cualquier otro impedimento que impida el desarrollo personal y social.
La primera, se regala en cada discurso, sale gratis.
La segunda se lucha y se pelea y el precio, también colectivo, que pagamos por ella es muy alto como para perder paso y ceder en su conquista.
A por la tercera.
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