
En 1970, durante su lección inaugural titulada “𝗘𝗹 𝗼𝗿𝗱𝗲𝗻 𝗱𝗲𝗹 𝗱𝗶𝘀𝗰𝘂𝗿𝘀𝗼” en el Collège de France, Michel Foucault, desde su recién heredada cátedra de “Historia de los sistemas de pensamiento”, apuntaba a la relación que existe entre el discurso y el poder y como el poder se sirve de éste como instrumento a la hora de ser ejercido, silenciando o marginando ciertas voces frente a otras perspectivas.
El discurso es utilizado como práctica para transmitir información y conocimiento, para expresar ideas pero también para establecer normas y delimitar cauces. De este modo se convierte en una herramienta de control y de dominación que, respondiendo a un interés, pone el foco en determinados aspectos y silencia otros.
Si nos paramos un instante a observar, veremos que la lucha política, la confrontación social no solo en la sociedad en general sino también en las organizaciones se inicia en el control del discurso como instrumento de control.
Foucault identifica en su ensayo 𝘁𝗿𝗲𝘀 𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮𝘀 𝗽𝗿𝗶𝗻𝗰𝗶𝗽𝗮𝗹𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗲𝘅𝗰𝗹𝘂𝘀𝗶ó𝗻 𝗱𝗲𝗹 𝗱𝗶𝘀𝗰𝘂𝗿𝘀𝗼, a saber:
• 𝗟𝗮 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗰𝗶ó𝗻 𝗼 𝗹𝗮 𝗰𝗲𝗻𝘀𝘂𝗿𝗮, a través de estos mecanismos de manera explicita o subsumida, instituciones y/o autoridades reprimen, evitan abordar ciertos temas o perspectivas que pueden poner en cuestión el orden establecido.
• 𝗟𝗮 𝗺𝗮𝗿𝗴𝗶𝗻𝗮𝗰𝗶ó𝗻, una estrategia sutil que pasa desapercibida dado que no se percibe directamente como una prohibición o censura. La marginación opera a través de mecanismos sociales y desplaza determinadas ideas y a quienes las abanderan a los márgenes de la sociedad, de la política, al terreno de la locura para su menoscabo, quedando excluidos al final de los espacios de poder y toma de decisiones.
• 𝗟𝗮 𝗻𝗼𝗿𝗺𝗮𝗹𝗶𝘇𝗮𝗰𝗶ó𝗻, como mecanismo de exclusión, estableciendo a nivel discursivo lo que es aceptable, lo que se considera real y otorgando carta de veracidad al discurso que margina al discurso disidente o alternativo, favoreciendo así el mantenimiento de la estructura de poder.
Tocando suelo y como dicen algunos “pasando de las musas al teatro”, el “ahora no toca” y el “no es el momento” no es más que una estrategia de 𝗰𝗲𝗻𝘀𝘂𝗿𝗮 de 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗰𝗶ó𝗻 a quienes, desde la base, creemos que es necesario abordar nuevas perspectivas que nos conecten con la sociedad.
Situar en el margen de la locura a quienes alzan y alzamos la voz simplemente preguntando razones con mayor o menor asertividad, pero preguntando y aportando nuevas formas de proceder, no es más que otro modo de 𝗲𝘅𝗰𝗹𝘂𝘀𝗶ó𝗻 y 𝗺𝗮𝗿𝗴𝗶𝗻𝗮𝗰𝗶ó𝗻 que perpetúa un discurso agotado que en ausencia de argumentos confía la explicación de la causa a lo mágico y lo divino.
Y por último 𝗻𝗼𝗿𝗺𝗮𝗹𝗶𝘇𝗮𝗿 un discurso a todas luces sordo, mediante el deterioro de los procesos democráticos establecidos, enmascarando el nepotismo a través del asentimiento como espejismo del consenso, empobrece y desempodera a la militancia, a las ciudadanas y ciudadanos y hace, como se percibe empíricamente en los resultados, que la organización pierda pie en el territorio.
No obstante, el criterio normativo es un concepto estadístico, es una cuestión de mayorías; el silencio por asentimiento y el consentimiento interesado que evidencian estos mecanismos de exclusión hace sospechar que es cuestión de tiempo que sean más numerosos los desterrados a los extremos de la locura que los abanderados de un monólogo triunfal.
Llega el momento de reclamar espacios expresión que dibujen otras narrativas, destierren la interpretación mágica de la realidad y dibujen nuestro futuro desde perspectivas más plurales.
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