
Una de las organizaciones políticas más antiguas que todos conocemos es la Iglesia Católica. Con sus más de 2000 años de historia y una militancia activa que no pierde asamblea, consolida una fuerza a base de moral de pensamiento que incluso estando en la oposición es capaz de influir en la toma de decisiones más relevantes de nuestra sociedad, que nos afectan a todas y a todos.
El sentido de pertenencia a la organización de cada uno de sus miembros, de reconocimiento mutuo y la disciplina de su moral es un pegamento que la ha permitido sobrevivir a cualquier crisis o persecución y aunque como en todas las organizaciones sus miembros salen y entran, su ideario, sus valores y la esencia de su doctrina, gracias a sus ritos, ha permanecido prácticamente inmutable a lo largo de los tiempos. Este éxito organizativo, desde el punto de vista metodológico, bien podría ser tomado como manual para cualquier organización con aspiración a cumplir centenas.
Cualquiera puede ser cristiano. Basta con manifestar la intención de serlo y con una breve ceremonia de iniciación enseguida pasas a engrosar el censo. Pero al contrario que en otras organizaciones donde por el mero hecho de estar censado ya participas en toda la cadena de decisiones, en esta no basta con ser cristiano, antes de ser llamado a cualquier mesa tienes que hacer la primera comunión.
Hacer la primera comunión, no es un acto banal, como tampoco lo es participar en una asamblea. Para hacer la primera comunión, antes deberás cursar como mínimo dos años de catecismo, donde poco a poco, del mismo modo que unos se convencen de que el camino hacia la justicia social y la igualdad de oportunidades pasa por la defensa de los servicios públicos, en las horas de catecismo uno va abriendo su alma a la gracia de dios y tomando como modelo a Jesús, del mismo modo que otros tomarían de modelo a Pablo Iglesias, Largo Caballero o Besteiro. La comunión, es un requisito que no solo permite a los cristianos ser llamados a la mesa sino que también es un condición previa de acceso a determinados ministerios y es el punto de partida a partir del cual desarrollar una vocación, que desde luego puede tener intereses personales, pero nace y se consolida a partir de unos referentes colectivos, adquiridos en esa catequesis, que de alguna manera ya están guiando el resultado al beneficio de la comunidad.
En la iglesia católica, sus miembros, participan activamente en las actividades de la comunidad, en cada asamblea cada uno generosamente en función de su interés y capacidad. Desde la mera asistencia a la eucaristía, a labores de intendencia como la limpieza, la intendencia (luces y calefacción) o ejercer de monaguillos quienes sienten la llamada a ser ministros. Llegarán a ministro únicamente aquellos en ese compromiso y vocación haya sido constantes, no solo hayan hecho la primera comunión sino que también hayan renovado sus votos y hecho un noviciado antes de jurar el puesto, sufriendo así una transformación ideológica, lo que Foucault llamaba espiritualidad, que lo que consigue es alinear los objetivos e intereses personales con los de la propia organización garantizando de esta manera que cualquier triunfo personal redunda inevitablemente en beneficio colectivo.
Creer que una organización sobrevivirá y basará su fuerza tan solo con el bautismo, es un error garrafal y de bulto, que condena a la desafección a quienes forman históricamente parte de ella y a la desorganización. Sabe la iglesia, por vieja, que abrir su censo a cualquier fé y sentar a la mesa a quien no ha hecho la primera comunión, no sólo no suma mayorías efectivas sino que también diluye su fuerza moral y sus referentes en la organización; porque aunque haya capítulos en los libros de historia (algunos lo llaman mochila) que aparentemente son los mismos también hay discrepancias y lo que para unos es dios para otros, que no han hecho el la primera comunión, tan solo será un profeta o en el peor de los casos un personaje histórico. Una organización que aspira, como la iglesia, a cumplir aniversarios por centenas, debería ser más cuidadosa con sus prácticas.
En las mayores crisis vocacionales las organizaciones milenarias, no abren su censo a agnósticos, musulmanes o judíos, todo lo contrario se rearman ideológicamente, refuerzan su doctrina a través de los ritos y si un ministro tiene que servir en dos parroquias la curia le compra una moto, pero no llama a ministerio desde InfoJobs o LinkedIN.
Si queremos sobrevivir como organización, debemos proteger nuestras iglesias ya no digo solo de mercaderes, sino de cualquiera que compre un catecismo en el rastro y lo recite como un papagayo, porque al final la práctica de la fe, como la práctica del socialismo, significa encarnar sus principios de forma reflexiva, comprometiéndose con la transformación personal y colectiva que estos conllevan, asegurando que todas las acciones reflejen de manera auténtica y asumida los ideales que defendemos y eso, compañeras y compañeros, no se logra sin catequesis ni noviciado.
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