[…] también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”

Los mejores amigos, son aquellos que comparten el conocimiento contigo, desinteresada y proactivamente. Ayer sin ir más lejos, entre las muchas cosas que compartimos, vinieron unas palabras de una fuerza contenida tal que derribaron los muros que encarcelaban a Pessoa entre los barrotes de mi ignorancia
[…]Me he equivocado en la vida desde el principio, porque ni siquiera soñándola me ha parecido agradable. Me ha inundado la fatiga del sueño… Al sentirla he experimentado una sensación extrema y falsa, como la de haber llegado al final de una carretera infinita. He hecho transbordo de mi mismo hacia no se donde, y ahí me he quedado estancado e inútil. Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.[…]
Por el tremendo agujero que se abrió en el muro que impedía asomarme a la alienación de su yo, a su existencialismo melancólico y desencantado echaron a correr con él sus heterónimos, también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”.
Es imposible permanecer impávido ante esa frase que, en definitiva, es un lema que dinamiza los contextos sociales de nuestro mundo y traza una senda sin apenas espinas más hacía las más absoluta individualidad, un mantra que nos condena y abandona al puro determinismo, porque, para dirigirse por el mundo, no hace falta pensar ni pensarlo, basta tan solo comprenderlo a través de la mirada y los sentidos, tan solo mirarlo y estar de acuerdo o no con él.
Y me vino a la mente Donald, no el pato ni el trompas, Merlin Donald un psicólogo y neurocientífico canadiense que en su interés por la evolución de la mente humana, formuló una teoría sobre los sistemas de representación con los que operamos en nuestro pensamiento. Donald postula que nuestra mente, nuestro pensamiento opera inmerso en un contexto cultural donde las representaciones, lo que ven nuestros ojos, lo que perciben nuestros sentidos, son cada vez más completas y establece una correlación con los tipos de mentes que las utilizan, las que operan nuestro pensamiento.
La mente episódica: No utiliza ni transforma las representaciones de los sucesos más allá de los estímulos físicos. El momento y el contexto marcan el pensamiento inscrito en un presente continuo. Únicamente desarrolla autoconciencia a partir de experiencias vividas directamente.
La mente mimética: Permite prescindir de la presencia del objeto y producir representaciones a partir de los gestos y de las acciones. El cuerpo se convierte en un instrumento para la representación y a la vez en el propio sistema de representación de manera que se posibilita la transmisión de conocimiento, de habilidades a través de la representación externa desde el gesto y la acción.
La mente simbólica o mítica: El lenguaje simbólico posibilita en este estrato un nivel más en la construcción de las representaciones mentales. El lenguaje será el motor de la representación a través de la narración, de la historia, permitiendo descontextualizar las representaciones, posibilitando el ejercicio abstracto con el uso de objetos no presentes, no obstante, el aprendizaje o habilidades que se transmiten, son seriadas, secuenciales, pero la oralidad no permite una huella permanente.
La mente teórica: hay un salto tecnológico en la representación, los objetos se transforman en metarrepresentaciones posibilitando la acumulación del conocimiento a través de las tecnologías simbólicas, que no solo son medio de representación sino también objeto tangible de representación.
En la metarrepresentación, en esa “enfermedad de los ojos” que permite operar al pensamiento sin tener los objetos presentes, reside el núcleo de nuestro razonamiento que Alberto Caeiro desdeña, como también lo hace la inmensa mayoría de nuestra sociedad.
Hoy nuestra sociedad está cómodamente condenada en el plano de la comprensión, dirigidos por una mente simbólica donde el lenguaje, lo visual, condicionan la comprensión del mundo; sin una huella que vaya más allá de la duración de unas declaraciones, el podcast o el reel. Una huella efímera que guía el pensamiento por el camino de la comprensión del presente, donde en su concepción cabe todo lo mágico y lo mítico, la falacia y la mentira, porque, en su esencia efímera, gana la veracidad del momento ante la imposibilidad de contrastar su certeza.
El paso a la metarrepresentación es necesario para, además de comprender, transformar. La mente teórica va más allá de la comprensión: es la que nos permite construir, modificar y redefinir el mundo que habitamos. No está al alcance de todos, no por falta de capacidad, sino por una brecha cultivada desde el desinterés, por una voluntad estructural que impide que el conocimiento trascienda más allá del instante efímero necesario para una reparación performativa, sustanciada en gestos que aparentan cambio sin cuestionar lo estructural.
Quienes ciegan sus ojos y sentidos a la mente teórica, alcanzan conciencia y vocación transformadora y con frecuencia son condenados. Porque el poder de transformar ha sido, desde siempre, patrimonio de los dioses, y cuando el ser humano intenta ejercerlo, es castigado. Transformar es pecado, un acto de osadía, un atentado contra la gracia divina encarnado en la imagen de Eva y desde los tiempos del Génesis merece castigo.
Desde los ojos de Alberto Caeiro y de los de muchos a los que dios les conserva su vista, especialmente en el ojo derecho, el futuro no se ve porque no existe. El futuro se crea desde la transformación del presente, a través de mil metacogniciones que no se pueden ver, que se piensan y todo aquello que el ojo no ve, para las mentes más simples, es un acto revolucionario.
Leave a Reply