
La homogeneización, es una de las estrategias empleadas por las instituciones o sistemas que priorizan, por encima de cualquier otra cosa, valores como la eficiencia. Cuando se adopta esta como vía al logro de unos objetivos, emergen mecanismos como la censura y la exclusión de lo distinto al ser percibido como obstáculo para mantener la estabilidad del sistema.
En un marco progresista, esta práctica lejos de ayudar a consolidar avances y conquistas, nos aleja de ellos al dejar atrás lo diverso y el disenso, lo plural que en definitiva es lo que consolida mayorías. El resultado de la homogeneización como proceso trae como subproducto a nuestras organizaciones la singularidad y el pensamiento único.
Hoy todas nuestras instituciones y también nuestro partido tienden a operar bajo la lógica de la técnica y metodologías -como esta la homogeneización- incluso importadas de otros idearios; las decisiones que se toman, los programas que se elaboran, están basados más en cálculos y argumentos abstractos que dibujan unas necesidades cargadas de sesgos, que en una deliberación ideológica y democrática, excusados en una falsa percepción de que el conflicto político y la diversidad de opiniones ralentizan los procesos de toma de decisiones en la consecución de objetivos.
En este proceso donde se excluye lo diferente, lo distinto, organizaciones como la nuestra, reprimen el antagonismo esencial para el mantenimiento de una actividad política necesaria para mantener viva a la organización y para la suma de mayorías necesaria para el triunfo. El producto de la uniformidad (no confundir con la unidad) materializa unas acciones políticas cuyos resultados en el mejor de los casos serán neutrales para los excluidos, dejando atrás la posibilidad de un verdadero cambio social.
La reducción de la discrepancia, de la pluralidad en un partido político, en última instancia trae consigo la despolitización y desafección de su militancia porque está finalmente advierte que toda actividad política se reduce a un espectáculo gestionado por una élite de tintes tecnocráticos, mientras que el resto son relegados a papeles de consumidores pasivos.
El conflicto y la discrepancia en una organización que se precie de democrática ha de ser gestionado siempre desde la perspectiva de la oportunidad porque el resultado surgido de la dialéctica, el consenso, será siempre una suma y no como un problema cuyo producto es el autoritarismo en diferentes grados de intensidad.
Estos procesos de cohesión de lo uniforme, crea burbujas independientes donde cualquier interacción se reduce a los elementos del propio sistema de pensamiento homogeneizado y único, fortaleciendo unas falsas creencias y percepciones de consenso y mayorías, sobre las que cualquier decisión que se tome estará débil y artificialmente fundamentada.
La búsqueda del consenso y mayorías a través de las prácticas de homogeneización, en ocasiones, se impulsa a través de procesos acelerados con el objetivo de contener las discrepancias, encubriéndolas en un intento desesperado por recuperar y normalizar lo prescriptivo, anulando cualquier posibilidad de diálogo, incrementando las distancias entre quienes quedan excluidos y quienes dictan lo normativo.
En esa frenética huida hacia adelante la amenaza de confrontación aunque se crea silenciada, no desaparece, se intensifica alimentada por la incapacidad de incorporar y gestionar el disenso. La carga ideológica del sistema acaba confluyendo en una amplia mayoría en los márgenes del sistema; estigmatizada pero configurando un relato, completando un argumentario que resta credibilidad al producto homogeneizado y con el voto como instrumento de garantía para recuperar la voz y reclamar el espacio necesario, y es en ese momento donde lo discriminado alcanza reconocimiento y donde se vuelven a conjugar los elementos necesarios para llevar a cabo la transformación.
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