
Naomi Klein, en su libro la doctrina del Shock, nos habla de los métodos de Ewen Cámeron; un psiquiatra que se puede considerar el padre de la tortura moderna. Este sujeto, ideó un sistema para deconstruir la personalidad, la identidad de un individuo a través de la privación sensorial, técnicas de electroshock y drogas con la creencia que la persona debilitada y en estado de shock admitiría mejor determinados cambios de pensamiento y obraría en consecuencia con ellos. El angelito sentó las bases del lavado de cerebro.
Naomí, insinúa que el neoliberalismo se sirve de la cultura del shock para imponer su voluntad, apunta al pensamiento de Milton Friedman como teórico de esta doctrina, padre de la idea de “el estado social del shock, tras una catástrofe, es una oportunidad”.
La crisis que sufrimos todos en el 2008 y todo lo que trajo consigo, sumió a la sociedad en un estado de shock y en su reprogramación aceptamos expolios, recortes salariales y sociales y pérdida de derechos y libertades.
La pandemia ha sido otro episodio de shock para nuestra sociedad, fortuito, que a la parte progresista de la sociedad pilló con el paso cambiado y confiada. Ahí el hemisferio derecho, mientras el izquierdo recomponía el estado, dio una vuelta más de tuerca, como en el juego del petaco, el COVID les supuso a disposición una bola extra con la que seguir sumando puntos, perdió la vergüenza, sacó pecho y salió a la calle adueñándose de nuestros símbolos y nuestro discurso transformándolos en populismo y canalizando a través de él su imposición.
La mitad de las personas que en esas en manifestaciones gritan viva Franco y referencian a Chapote delante de nuestras casas del pueblo, no eran ni un proyecto de vida, cuando muchos de sus vecinos y vecinas, compañeros y compañeras, dejaron algo más que la piel en los caminos por entender que la libertad iba más allá de tomar una cerveza en una terraza, o jugar al escondite con los ex. La otra mitad están alienados
Vivimos una reprogramación neoliberal a través shock, encaminada a la construcción de un nuevo modelo social: autoritario desde el punto de vista de la gobernanza y de sumisión desde el punto de vista de la ciudadanía.
Una sumisión de la que emana un sentimiento de positividad nunca visto hasta la fecha, como el que llevan consigo los rebaños de ovejas que van obedientes y “corderas” al matadero, asumiendo este destino con una responsabilidad que se interpreta como intrínseca pero que ha sido directamente trasplantada de la voluntad neoliberal del nuevo régimen autoritario.
Esta positividad enmascara el dolor, ofusca con ello las decisiones y nos lleva a adoptar una estrategia de resistencia pasiva en un escenario de confrontación, como la adoptada por Jesús cuando ofreció la otra mejilla (acabó crucificado).
El asumir los hechos como si fueran las estaciones de un calvario no es la solución. La pasividad y la paz mal entendida es la autopista del reaccionario para el logro de sus intereses. La paz, como la libertad, es un proceso de emancipación colectivo, es un proceso que implica y requiere voluntad y acción, se conquista, no viene otorgada ni regalada.
Si hoy se disfruta es porque fue conquistada y ante quienes hoy avasallan no cabe el silencio.
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