La parábola del caballo muerto

El mayor error que se suele cometer en las organizaciones es que, en aras de perseguir determinados estándares de eficiencia o calidad, se termina cayendo en el reduccionismo y con ello perdiendo la esencia, la identidad que la define y cohesiona a todos sus miembros y, con ello, la calidad del producto, el resultado de sus acciones.

Esto se hace evidente también en organizaciones de tipo político. Organizaciones donde la cohesión y compromiso de cada uno de sus miembros con la organización debería ser uno de sus ejes vertebrales, la experiencia de toda su historia parece estar precipitando en procesos tan orientados a la eficiencia del aspecto democrático, que todo queda reducido al triunfo, al guión de una película de indios y vaqueros donde al final solo se cuentan supervivientes y bajas, tan eficaz para la victoria como ineficaz para conformar y consolidar su identidad.

Se ha optimizado tanto el procedimiento, que el verdadero producto de la organización es el procedimiento en sí, al quedar desprovisto de todo aquello que la dota de sentido, como los tiempos de reflexión, el espacio para el diálogo y el intercambio de opiniones.

En una sociedad donde priman los KPI, el dato puro en sí mismo, el indicador de democracia de una organización ya no es la pluralidad de pensamientos que la integran, sino el número de procesos democráticos que tienen lugar en ella, sin importar todo lo demás. Y, en aras de optimizar este aspecto, centramos todo el esfuerzo de la organización en ello, acortando plazos de presentación de candidaturas, entorpeciendo los espacios para el diálogo y los acuerdos, buscando cerrar los compromisos y el reparto de responsabilidades antes que la definición de un proyecto, incluso tratando de hacer, en ocasiones el proceso democrático tan perfecto de manera que, llegado el momento ni siquiera se vote, se aclame.

Con este nivel de perfección, hay organizaciones que alcanzan tan alto nivel de democracia, que son capaces de renovarse por completo en plazos incluso menores a una semana y, si se lo propusieran, alcanzado ya este nivel de eficiencia, sin duda, podrían hacerlo varias veces al año. La eficacia alcanzada durante el proceso es tan alta, que el militante queda reducido únicamente a su condición de indio y su respuesta condicionada al toque de una campana.

Hablando de indios, hoy el facebook me ha recordado un refrán que se atribuye al pueblo Dakota: “Cuando descubres que estás montando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar”. Y es que cuando se optimizan tanto los tiempos para hacer tan eficientes las democracias, la mayoría de las veces, en estos casos,no da tiempo a desmontar y cambiar de montura.

En estos momentos, donde el proceso democratico, lejos de ser un claro en el cielo, es un relámpago, en parte para aterrorizar a los que temen a las tormentas -el miedo paraliza no lo olviden-; el pueblo indio, que esos momentos danza, ya no para que llueva, sino para que deje de llover, escucha el cuerno de guerra para ir a la batalla con el caballo muerto y, estupefacto asiste, en mitad de la llamada al apuntar que el caballo está muerto, a la decisión de, que en lugar de cambiar de montura, que sería lo lógico, desarrollar una serie de estrategias y técnicas, por parte de algunos expertos, alrededor del equino muerto que, a mi personalmente, me recuerdan al “¡Trata de arrancarlo, Carlos!. Por dios, ¡Carlos, trata de arrancarlo!”.

Surgen los herreros que le tratan de poner herraduras nuevas; los guarnicioneros que le reducen el tamaño y el peso de la silla; los mozos de cuadra le cambian el pienso por otro más vitaminado, le cepillan el pelo y le adornan las crines; los jinetes que prefieren cabalgar un muerto antes que tener que buscar otra montura o cabalgar la suya propia; los chamanes que meten el brazo hasta el codo en sus entrañas en su creencia de que el caballo resucitará desde dentro; los sacerdotes y los obispos que prometen que el caballo ganará batallas en el reino de los cielos; mientras los exploradores gritan “¡Por Dios! ¡que paren la guerra! ¿no ven que el caballo está muerto?”.

La guerra evidentemente no se puede parar, porque lamentablemente en política nosotros no marcamos los tiempos, pero lo que sí está en nuestra mano es cambiar de montura y dejar de hacer tanto el indio.

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