
Decía Manrique, que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir y en ese fluir de las corrientes que conformamos cada uno de nosotros, hay momentos donde los ríos comienzan a discurrir juntos, dándose una confluencia de caudales. Es por esas confluencias por las que navega la familia (la que te es dada y la que eliges), las amigas y los amigos, nuestros vecinos y vecinas…
Estos cauces que discurren serenos, lentamente, sin cesar su avance hacia el mar, la mayor parte de su recorrido sin grandes sobresaltos, conforman el delta infinito de nuestra sociedad; una red cuyos nudos conforman momentos en los que nuestras vidas se cruzan, tiempos de sumar y caminar juntos o los instantes en que nuestros cauces se dividen.
Cada nudo constituye un motivo de celebración (un compromiso, una meta que se alcanza, una alegría que se comparte) o de alerta y tristeza capaz de desbordar nuestras emociones.
De entre todos los momentos de alerta, en estas señaladas fiestas, quiero destacar aquel, por el que pasamos todos, donde los consejos de amistades, familiares y parejas, en materia de vicio y fornicio, comienzan a coincidir con las recomendaciones del médico de cabecera y que por desgracia se sostienen empíricamente en los resultados de las analíticas, conformando si no se siguen al pie de la letra, un tramo de rápidos y remolinos, que amenaza con hacer más corto nuestro tránsito hacia la mar.
Pero hoy, es uno de esos puntos donde el cauce de nuestras vidas se embalsa y el caudal que se acumula de emociones, de deseos de felicidad y de paz, de convivencia familiar y fraternal, conforma un contexto más que adecuado para hacer oídos sordos a cualquier recomendación que ponga límites al pecado de la gula o la lujuria y disfrutar del remanso aunque ello suponga, después de estas fiestas, un saltito más hacia la mar.
Felices Fiestas 😉
Leave a Reply