
En la guerra biopolítica abierta con la invención de internet, Windows 95 fue una de las primeras herramientas. Dicen los teóricos de la conspiración que disponía de una puerta trasera que permitía a la NSA, bajo la disculpa de sospecha de amenaza terrorista, acceder a la información contenida en cualquier PC que lo tuviera instalado. Fue una época puertas abiertas y gloria troyana, a la que se sumaron firmas como McAFee cuyo fundador apareció suicidado en una celda de la cárcel de Brians en Barcelona en 2021 poco antes de su extradición al país de las libertades.
Este tipo de estrategia, de puertas abiertas, pronto se determinó que era poco efectiva; ante tanta puerta abierta y ninguna que destacase especialmente, toda instrucción de auditoría que se realizase era siempre posterior al daño causado, era necesario un cambio de paradigma que permitiese la anticipación al suceso y la predicción del daño; esta necesidad precipitó el nacimiento de la Nube y el Big Data.
En este punto, los sistemas operativos y las aplicaciones mantenían sus puertas abiertas no solo para entrada de los auditores sino también para la salida de nuestros datos hacia granjas de servidores, donde éramos catalogados en perfiles en función de nuestras preferencias y consumos. Para ganar fiabilidad y seguridad en el análisis de los datos que confiábamos, desde el país de las libertades, se libró batalla por la defensa de nuestras libertades y los derechos como usuarios de internet, vigilando que nuestros datos no cayesen en otras manos que, de manera torticera, les pudieran dar un mal uso o favorecer el desarrollo de análisis alternativos que desembocasen en resultados alejados del concepto democrático que las fuerzas que promueven nuestro crecimiento económico y libertades individuales y las naciones avanzadas defienden.
Afortunadamente en esta época de la historia, las fuerzas del orden mundial, comandadas por el país de las libertades, lograron abortar los maliciosos planes de malvados líderes como Dotcom (caso megaupload) que prestaba su nube a toda empresa pirata que quisiese un backup seguro de sus datos y Julian Asagne (caso Wikileaks) que bajo el falso paraguas de la transparencia pretendía desestabilizar gobiernos haciendo publica la información y reflexiones de sus agencias más íntimas.
Llegamos así en el tiempo a un punto en el que la densidad de los datos es de tal calibre que se hace ya prácticamente imposible su abordaje. Su disparidad y complejidad son tales que al final la resultante de su análisis es 0. Es necesaria una nueva herramienta que sepa discriminar lo relevante de lo irrelevante, una nueva estrategia y nace la IA.
Con la IA conviviendo en tu ordenador, en tu sistema operativo, en tus aplicaciones, se hacen innecesarias las puertas abiertas: ya no es necesario recabar datos de manera indiscriminada y ponerlos en cola para su análisis. Estamos en la última fase del juicio final, donde los datos dejan paso a la solución, donde las evidencias y las pruebas dejan paso a la sentencia. Lo que importa a partir de este momento para las decisiones futuras son las sentencias. Las IAs marcan un escenario donde no hay lugar a apelación ni a revisión de causas. Cercenamos de esta manera nuestras libertades, nuestro libre albedrío. Quien sea depositario y guardián ahora de la información no procesa datos ni pruebas, procesa sentencias.
Las IAs tras este peregrinaje, se convierten en la mejor herramienta biopolítica, favoreciendo en extremo la labor de carcelero de los gobiernos y grandes corporaciones, limitándose estos únicamente a garantizar el cumplimiento de las sentencias