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  • Liderazgo, miedo y locus de control

    La motivación intrínseca en la gestión del miedo evidencian cómo la derecha asume un liderazgo efectivo basado en un locus de control interno.

    A Rotter se le considera uno de los principales teóricos del aprendizaje social. Desarrolló sus teorías en un ambiente académico donde toda interpretación de la vida se reducía a lo meramente observable, a las respuestas que acontecían ante los estímulos o, en un doble mortal a la hora de establecer la causalidad, en el modo en que esta relación podía ser operada en función de un premio o un castigo.

    A pesar de las presiones de este contexto tan reduccionista, Rotter va conformando su teoría del aprendizaje social, sentando algunas bases del modelo actual cognitivo-conductual para explicar la realidad, inspirado, quizá, en que la lógica lleva a pensar que desde que se escucha una campana y se saliva, por la cabeza pueden pasarle a uno muchas cosas.

    Uno de los conceptos más interesantes de su teoría es la del locus de control, que se refiere a la percepción que una persona tiene sobre el grado de control que ejerce sobre los eventos de su vida. Simplificado y traducido a la vida cotidiana a qué causas o a quienes echamos la culpa cuando las cosas no salen o salen según lo esperado.

    Rotter definió dos tipos de principales de locus de control que tienen su aplicación en diferentes campos de la psicología y la sociología y por su generalización, también en la política:

    1.- El locus de control interno: Las personas con este tipo de locus de control creen que sus acciones, esfuerzo y decisiones personales son los principales determinantes de los resultados en sus vidas. Este tipo se asocia con mayor motivación, rendimiento y desempeño y un mejor afrontamiento de los problemas cotidianos.

    2.- Locus de control externo: Las personas con locus de control externo creen que factores externos, como la suerte, el destino, el azar o el control de otros, son los principales responsables de los resultados en sus vidas. Este tipo se asocia con niveles altos de desesperanza que es lo que desemboca la lógica de creer que las desgracias que nos acontecen tienen un componente divino.

    Un liderazgo que se desarrolla bajo las coordenadas de un locus de control externo aborda los problemas desde una postura contemplativa y pasiva, llevando a sus seguidores, al enfatizar los factores externos en sus argumentos, a un estado de indefensión aprendida, inhibiendo la motivación y con ello la movilización intrínseca, necesaria en una organización, para cambiar las cosas.

    Un liderazgo perfilado a través de un locus de control interno garantiza la persistencia ante desafíos y retos políticos complejos, irradia confianza, facilita la captación talento, se traslada sensación de control y competencia que moviliza al equipo y orienta la organización al logro.

    Hoy en política, en todos sus ámbitos mundial, nacional, autonómico y local, tanto a derecha como a izquierda se gestionan los problemas a los que nos enfrentamos desde la perspectiva catastrofista del miedo y con éste como motor de movilización social orientado a consolidar las mayorías necesarias para gobernar o asumir liderazgos en el interior de las organizaciones. El miedo y el locus de control están íntimamente relacionados.

    Cuando quienes pretenden liderar realizan una gestión del miedo desde su locus de control externo, se traslada un mensaje exculpatorio y amenazante donde los problemas y su solución no dependen de uno mismo, dependen de titulares de periódicos, de un enemigo feroz o de órdenes superiores, de factores que se reconocen en el discurso como excusas que escapan al control de uno mismo. Cuando esto sucede la organización se paraliza y cualquier estrategia planteada es de evitación generando un clima de desesperanza y desafección.

    Cuando la gestión se realiza desde un locus de control interno se adopta un enfoque activo, en el que se desarrollan técnicas y estrategias, se planifican soluciones y se enfrentan los problemas como desafíos que la organización y el equipo pueden gestionar a través del esfuerzo y la estrategia política.

    La motivación intrínseca en la gestión del miedo, así como el mensaje de autocontrol que se transmite para enfrentarlo, evidencian cómo la derecha asume un liderazgo efectivo basado en un locus de control interno. Este enfoque no solo reafirma su identidad si no que confronta, en la gestión de esas las mismas variables, con el modelo de que la izquierda utiliza para movilizar a sus bases, pero desde una perspectiva de control externa, poniendo el foco en la estrategia del contrario sobre la que no se tiene autoridad, apuntando a factores que son percibidos por su público como ajenos a su control.

    En este esquema la derecha capitaliza su ventaja mientras la izquierda se desmoviliza y sucumbe a la parálisis e indefensión abocando cualquier actividad política a lo meramente anecdótico, descriptivo o suplicatorio

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  • La parábola del caballo muerto

    El mayor error que se suele cometer en las organizaciones es que, en aras de perseguir determinados estándares de eficiencia o calidad, se termina cayendo en el reduccionismo y con ello perdiendo la esencia, la identidad que la define y cohesiona a todos sus miembros y, con ello, la calidad del producto, el resultado de sus acciones.

    Esto se hace evidente también en organizaciones de tipo político. Organizaciones donde la cohesión y compromiso de cada uno de sus miembros con la organización debería ser uno de sus ejes vertebrales, la experiencia de toda su historia parece estar precipitando en procesos tan orientados a la eficiencia del aspecto democrático, que todo queda reducido al triunfo, al guión de una película de indios y vaqueros donde al final solo se cuentan supervivientes y bajas, tan eficaz para la victoria como ineficaz para conformar y consolidar su identidad.

    Se ha optimizado tanto el procedimiento, que el verdadero producto de la organización es el procedimiento en sí, al quedar desprovisto de todo aquello que la dota de sentido, como los tiempos de reflexión, el espacio para el diálogo y el intercambio de opiniones.

    En una sociedad donde priman los KPI, el dato puro en sí mismo, el indicador de democracia de una organización ya no es la pluralidad de pensamientos que la integran, sino el número de procesos democráticos que tienen lugar en ella, sin importar todo lo demás. Y, en aras de optimizar este aspecto, centramos todo el esfuerzo de la organización en ello, acortando plazos de presentación de candidaturas, entorpeciendo los espacios para el diálogo y los acuerdos, buscando cerrar los compromisos y el reparto de responsabilidades antes que la definición de un proyecto, incluso tratando de hacer, en ocasiones el proceso democrático tan perfecto de manera que, llegado el momento ni siquiera se vote, se aclame.

    Con este nivel de perfección, hay organizaciones que alcanzan tan alto nivel de democracia, que son capaces de renovarse por completo en plazos incluso menores a una semana y, si se lo propusieran, alcanzado ya este nivel de eficiencia, sin duda, podrían hacerlo varias veces al año. La eficacia alcanzada durante el proceso es tan alta, que el militante queda reducido únicamente a su condición de indio y su respuesta condicionada al toque de una campana.

    Hablando de indios, hoy el facebook me ha recordado un refrán que se atribuye al pueblo Dakota: “Cuando descubres que estás montando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar”. Y es que cuando se optimizan tanto los tiempos para hacer tan eficientes las democracias, la mayoría de las veces, en estos casos,no da tiempo a desmontar y cambiar de montura.

    En estos momentos, donde el proceso democratico, lejos de ser un claro en el cielo, es un relámpago, en parte para aterrorizar a los que temen a las tormentas -el miedo paraliza no lo olviden-; el pueblo indio, que esos momentos danza, ya no para que llueva, sino para que deje de llover, escucha el cuerno de guerra para ir a la batalla con el caballo muerto y, estupefacto asiste, en mitad de la llamada al apuntar que el caballo está muerto, a la decisión de, que en lugar de cambiar de montura, que sería lo lógico, desarrollar una serie de estrategias y técnicas, por parte de algunos expertos, alrededor del equino muerto que, a mi personalmente, me recuerdan al “¡Trata de arrancarlo, Carlos!. Por dios, ¡Carlos, trata de arrancarlo!”.

    Surgen los herreros que le tratan de poner herraduras nuevas; los guarnicioneros que le reducen el tamaño y el peso de la silla; los mozos de cuadra le cambian el pienso por otro más vitaminado, le cepillan el pelo y le adornan las crines; los jinetes que prefieren cabalgar un muerto antes que tener que buscar otra montura o cabalgar la suya propia; los chamanes que meten el brazo hasta el codo en sus entrañas en su creencia de que el caballo resucitará desde dentro; los sacerdotes y los obispos que prometen que el caballo ganará batallas en el reino de los cielos; mientras los exploradores gritan “¡Por Dios! ¡que paren la guerra! ¿no ven que el caballo está muerto?”.

    La guerra evidentemente no se puede parar, porque lamentablemente en política nosotros no marcamos los tiempos, pero lo que sí está en nuestra mano es cambiar de montura y dejar de hacer tanto el indio.

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  • Ser y estar

    Cuando una organización prioriza a quienes están por encima de quienes realmente son, su identidad comienza a diluirse.

    Ser y estar son dos verbos que nos ayudan a interpretar la realidad y a operar con el entorno de una manera muy objetiva ya que, en su naturaleza copulativa, únicamente sirven de enlace entre un sujeto y un atributo, sin aportar ningún otro tipo de significado más allá del estado (estar) o cualidad (ser).

    Ser y estar conforman dos coordenadas indispensables para describir estados y esencias, atribuir propiedades, ubicaciones y condiciones. Nos permiten definir nuestra realidad en dos dimensiones, al contrario que, por ejemplo, los ingleses que construyen su ser y su estado de forma unidimensional: el verbo to be es al mismo tiempo ser y estar. Los hijos y las hijas de Gran Bretaña viven en estado de superposición, son y están a la vez, hasta que chocan con la cruda realidad y se hallan o se sienten definitivamente. Puede parecer una estupidez, pero desde tiempos de Shakespeare, las y los británicos se llevan preguntando si están o no son o si son y no están (el famoso to be or not to be), confusión que ha llegado en ocasiones a materializar errores históricos como la del Brexit, donde muchos votaron pensando que por estar en Europa serían Europeos sin estar en la Unión Europea (to be and not to be, baby).

    Las y los españoles, a pesar de tener estos dos esquemas mentales bien diferenciados que nos permiten analizar la realidad y tomar decisiones desterrando esta ambigüedad, en función de lo que somos y de donde estamos, hemos empezado a confundir ambos conceptos y en nuestros análisis cada vez es más común encontrarse ciudadanos o ciudadanas que creen estar o pertenecer a un grupo o determinada clase que no son, en un estado de superposición similar al británico que, como pasó con el Brexit, se prevé será resuelto en su momento de manera drástica, como en Argentina y Estados Unidos, por la vía democrática de forma que aquellos con los que estos creen estar, les recuerden lo que son.

    Ser y estar.

    En las organizaciones se puede estar sin ser parte de ella. Uno puede estar en una empresa sin ser comprometido en su misión. Uno puede estar en la iglesia sin ser cristiano.

    Cuando una organización prioriza a quienes están por encima de quienes realmente son, su identidad comienza a diluirse. Este fenómeno se hace evidente cuando los procesos internos anulan el debate sobre los intereses fundamentales de quienes la componen y se resuelven rápidamente con el único fin de mantener la estructura y la permanencia de ciertos individuos en posiciones de poder. En estos casos, las decisiones dejan de responder a la esencia y misión de la organización y se convierten en simples mecanismos para garantizar que determinados grupos sigan estando, sin importar si realmente son parte del propósito que dio origen a la entidad.

    En este tipo de dinámicas, la organización pierde su capacidad de autodefinirse y adaptarse a su entorno. En lugar de evolucionar a partir de unos principios sólidos y una identidad clara obtenida en proceso dialéctico permanente con los que son, se vuelve un ente inerte, gobernado por la inercia de quienes han logrado estar, están y confabulan para seguir estando, generando un vacío de liderazgo y visión, donde el rumbo ya no se define por lo que la organización es, sino por los intereses coyunturales de aquellos que circunstancialmente están y los que quieren estar.

    Cuando el estar se impone sobre el ser, los valores fundacionales se vuelven accesorios y la cultura organizacional se vacía de significado. La toma de decisiones se reduce a una cuestión de supervivencia dentro del sistema, en lugar de un ejercicio de alineación con una visión estratégica. La organización, en estos casos, se convierte en un instrumento al servicio de sus ocupantes, dejando de lado su propósito real.

    Este fenómeno no solo erosiona la identidad de la organización, sino que la vuelve frágil y dependiente de quienes la ocupan en un momento dado. La falta de una identidad bien definida impide la construcción de un legado sólido y, con el tiempo, la organización se vuelve irrelevante o, peor aún, se desmorona cuando quienes están desaparecen, porque nunca hubo una base auténtica que sostuviera su continuidad.

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  • Retrogradación Táctica

    Tras el impulso, la lógica de la física deportiva dibuja imperativo un salto que propicie el cambio. Desde estas líneas se os invita a acompañar en la construcción de ese futuro.

    Las confrontaciones políticas funcionan como vasos comunicantes: cuando se analizan los resultados electorales, las pérdidas en una candidatura suelen traducirse en ganancias para la opción alternativa.

    Tras el análisis de los resultados, puede darse una situación en la que, aunque un líder resulte vencedor, su posición quede debilitada, mientras que la candidatura opositora, a pesar de obtener un respaldo significativo, no logre imponerse.

    En un contexto donde las normas dictan lealtad al vencedor, algunos ven que este tipo de derrotas solo dejan margen para la retirada pero, sin alejarse del marco exigido de lealtad y respeto y dado que el proyecto y el objetivo de ambos equipos es el mismo y las discrepancias se limitan únicamente a las formas de llevarlo a cabo, se dan todas las circunstancias para el desarrollo de una estrategia de retrogradación táctica.

    En materia militar y también organizacional, la retrogradación táctica, consiste en fortalecer la posición obtenida, reagrupando fuerzas, reposicionándose en aquellos aspectos donde se tenga ventaja, sumando aliados cara a reformular y plantear nuevas estrategias.

    Esto, en un escenario político, se traduce en acciones concretas como: optar por un discurso moderado en lugar de confrontaciones abiertas; consolidar apoyos internos de manera discreta dentro de la organización; reorganizar equipos afinando estrategias y evitando el desgaste en debates internos innecesarios y poner de manifiesto los errores y la necesidad de un cambio sin necesariamente identificar culpables.

    Hoy vivimos la política reducida al triunfo inmediato. Casi todos los proyectos tienen una vida efímera y nacen intrínsecamente ligados al pensamiento particular del líder (no me hagan poner ejemplos) excluyendo de este modo el liderazgo resiliente que vertebra estrategias y proyectos a largo plazo, sustentado en el equipo que dota de la visión panóptica necesaria para convertir escenarios adversos en oportunidades de crecimiento.

    En este sentido, la estrategia de retrogradación táctica implica una adaptación inteligente a las circunstancias que, sin abandonar el marco de lealtad exigido, sigue en su empeño de fortalecer alianzas y evitar confrontaciones estériles permitiendo el nacimiento de nuevos liderazgos y evidenciando otros claramente amortizados; buscando fortalecer un relato o dando paso a otros como una opción factible que dé viabilidad al proyecto común.

    La política a nivel orgánico ha de ser concebida como un terreno reformulación constante orientado a logro del objetivo común, más allá de individualismos y liderazgos que busquen imponer su visión única; la política y sobre todo la orgánica no puede reducirse a la inmediatez del resultado electoral, ha de concebirse como un proceso dinámico que garantice dinámicas que la doten de continuidad y solidez.

    Los resultados democráticos no deben servir como pretexto para resistirse al cambio ni perpetuar un inmovilismo continuista basado en una visión cortoplacista. Deben asumirse como un punto de partida para una reorganización estratégica del contenido ideológico de esos vasos comunicantes, en un proceso transparente, alejado de interpretaciones mágicas o románticas.

    Esta dinámica es la que permite el nacimiento y otorga espacio a líderes con vocación conquistadora, no de mesías, que entienden la política como una herramienta de transformación real, orientada a futuro y a resultados tangibles para la ciudadanía. Es la que nos aleja de la postura cómoda del historiador que vive su presente como espectador interpretando el pasado, sustentando cualquier argumento o estrategia en viejas narrativas que refuerzan la percepción del cambio como amenaza y no como oportunidad.

    Y desde esta óptica, tras el impulso, la lógica de la física deportiva dibuja imperativo un salto que propicie el cambio. Desde estas líneas se os invita a acompañar en la construcción de ese futuro.

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  • El email como placebo

    Hace ya unos años, con motivo de los premios Príncipe de Asturias, coincidimos unos amigos con Ray Tomlinson el inventor del correo electrónico.

    Creo que, aunque en ese momento fuera consciente de como su aportación había contribuido a revolucionar el mundo, la mente humana no tiene capacidad de comprensión para determinar por completo el alcance de tal transformación y cada día se descubren áreas donde esta herramienta se ha convertido en instrumento esencial de actividad.

    Hace ya un tiempo, discutíamos unos compañeros sobre este tema; por ejemplo: el correo electrónico, no solo ha revolucionado la forma en la que nos comunicamos si no que irrumpe con fuerza en el ámbito empresarial e institucional pasando a ser un instrumento esencial en la resolución de problemas, esgrimiéndose sin pudor como atenuante para quitarse de encima y/o endosarse responsabilidades entre compañeros y/o departamentos, pasando así los marrones de unos a otros, como una patata caliente, hasta que milagrosamente desaparecen.

    El correo electrónico se convierte así una herramienta horizontal y universal, válida para todo el mundo, desde funcionarios llanos y empleados a directivos; a día hoy, es la primera etapa en la solución de problemas y conflictos, una etapa (como bien describiría Piaget) preoperacional al tratarse estos de manera fantástica y mágica, pensando de manera egocéntrica que por plasmarlos en un correo y/o darles una patada al siguiente buzón, estos desaparecen y pasan a ser competencia del destinatario.

    Son muchas las organizaciones e instituciones viven en bucle esta etapa preoperacional, los problemas y las responsabilidades viajan y se diluyen en interminables colas de correo, hasta que desaparecen, contribuyendo de esta manera al pensamiento simbólico y mágico de quienes participan en esta rueda, llegando algunos creer incluso que los problemas se solucionan solos.

    Ray Tomlinson, no fue un Nicola Tesla, pero su idea contribuye día a día a rebajar nuestro nivel de estrés: escribir un correo para pedir una explicación, para trasladar un problema, o simplemente para dar una enhorabuena, libera mas dopamina en nuestro cerebro que cualquier fármaco diseñado a tal efecto; y en materia de asunción de responsabilidades es uno de los más eficaces eximentes, al conseguir cargar el muerto con un 99% de posibilidades, culpable o no, al último eslabón de la cadena.

    Por esto, creo que debería de ocupar un lugar destacado en todas las enciclopedias además de como uno de los mayores benefactores de la humanidad, como padre del mejor placebo para los problemas corporativos e institucionales del siglo XXI.

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  • Pasión y República

    El problema surge cuando las águilas afilan el pico, unos empuñan la espada para hacerles frente y otros se arrodillan con la esperanza de una vida mejor.

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    Este año convergen en el tiempo, en la misma semana, dos pasiones: la transformación y la penitencia; la conmemoración de dos efemérides, la Pasión de Cristo y la Segunda República Española.

    Dos proyectos emancipadores, con visión de futuro, que fueron interrumpidos por sendas águilas: el “Áquila” que imponía la Pax Romana a golpe de crucifijo (como hoy lo hace la iglesia heredera aunque con formas más sutiles) y el Águila de San Juan que subyugó con la tierra de las cunetas, el terror y la violencia el libre pensamiento en España y condenó a generaciones a no ver más luz, que de la moral que se filtraba desde las vidrieras de iglesias y catedrales.

    Si atendemos a los textos legales que inspiran los pensamientos de ambos periodos, los Evangelios por un lado y la Sagrada Constitución de la Segunda República Española de 1931 por otro, veremos tremendas similitudes.

    No cabe duda que ambos proyectos definen y delimitan un marco normativo de convivencia. Mateo nos habla del contenido de uno de los mítines de Jesús en un monte, donde habla del amor al prójimo, la humildad y la justicia, del mismo modo que la Sagrada Constitución del 31 reconoce y materializa el amor por ese prójimo otorgándole los mismos derechos civiles y políticos, estableciendo así la soberanía popular. Ambas perspectivas comparten la visión de un orden social justo y armónico.

    En otro mitin que nos relata Lucas, Jesucristo se dirige a los marginados: pobres, enfermos, mujeres y pecadores (lo que algunos nostálgicos del orden moral tradicional aún catalogan como “vagos y maleantes”) reclamando para ellos e insistiéndoles en sus derechos, en términos de igualdad y justicia social, del mismo modo que la Sagrada Constitución del 31 propugnaba la igualdad de género y los derechos sociales y la supresión de los privilegios de clase.

    Al igual que Jesucristo desafió las estructuras de poder de la época no solo imperialistas sino también las religiosas imperantes, la Sagrada Constitución del 31 desafió las estructuras de poder de la época, encarnadas en sectores conservadores, militares o eclesiásticos. Tampoco podemos olvidar que Jesucristo fue uno de los primeros en manifestar una clara distinción entre Iglesia y estado, estableciendo el primer precedente histórico de la separación entre lo religioso y lo civil, cuando expulsó con firmeza a los mercaderes del templo, tal y como atestiguan sus biógrafos Marcos, Mateo, Lucas y Juan.

    Hasta aquí, como veis, somos todos primos o hermanos 😉

    El problema surge cuando las águilas afilan el pico, unos empuñan la espada para hacerles frente y otros se arrodillan con la esperanza de una vida mejor y aparecen las primeras discrepancias en torno a qué estrategia adoptar: si la oración o la insurrección.

    En cualquier caso, hoy para mi (y debería serlo también para todos y todas) es tiempo de honrar a las y los que tomaron y toman la espada aún hoy por los principios de justicia social, igualdad y democracia y libertad que nos unen a la inmensa mayoría; también a Jesucristo porque hay serias evidencias de que si bien el amor brotaba de sus labios, del cinturón de sus apóstoles el brillo de afiladas espadas que rebanaban orejas romanas.

    Y porque nó, también a los arrodillados, que, bien mortificados desde la oración y la fe o desde el agnosticismo y el insulto, disfrutan de las pequeñas conquistas (hoy se llaman paguitas, becas, deducciones, desgravaciones, subvenciones, incrementos de salario mínimo, pensiones, educación y sanidad públicas…) que no pocos pagaron con sangre, como Cristo, porque todos somos uno y como dicta el sentido común: “juntos somos más fuertes”.

    Salud. Feliz día de la República y a por la inviolabilidad de la Tercera.

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  • Contra la mirada satisfecha

    […] también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”

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    Los mejores amigos, son aquellos que comparten el conocimiento contigo, desinteresada y proactivamente. Ayer sin ir más lejos, entre las muchas cosas que compartimos, vinieron unas palabras de una fuerza contenida tal que derribaron los muros que encarcelaban a Pessoa entre los barrotes de mi ignorancia

    […]Me he equivocado en la vida desde el principio, porque ni siquiera soñándola me ha parecido agradable. Me ha inundado la fatiga del sueño… Al sentirla he experimentado una sensación extrema y falsa, como la de haber llegado al final de una carretera infinita. He hecho transbordo de mi mismo hacia no se donde, y ahí me he quedado estancado e inútil. Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.[…]

    Por el tremendo agujero que se abrió en el muro que impedía asomarme a la alienación de su yo, a su existencialismo melancólico y desencantado echaron a correr con él sus heterónimos, también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”.

    Es imposible permanecer impávido ante esa frase que, en definitiva, es un lema que dinamiza los contextos sociales de nuestro mundo y traza una senda sin apenas espinas más hacía las más absoluta individualidad, un mantra que nos condena y abandona al puro determinismo, porque, para dirigirse por el mundo, no hace falta pensar ni pensarlo, basta tan solo comprenderlo a través de la mirada y los sentidos, tan solo mirarlo y estar de acuerdo o no con él.

    Y me vino a la mente Donald, no el pato ni el trompas, Merlin Donald un psicólogo y neurocientífico canadiense que en su interés por la evolución de la mente humana, formuló una teoría sobre los sistemas de representación con los que operamos en nuestro pensamiento. Donald postula que nuestra mente, nuestro pensamiento opera inmerso en un contexto cultural donde las representaciones, lo que ven nuestros ojos, lo que perciben nuestros sentidos, son cada vez más completas y establece una correlación con los tipos de mentes que las utilizan, las que operan nuestro pensamiento.

    1. La mente episódica: No utiliza ni transforma las representaciones de los sucesos más allá de los estímulos físicos. El momento y el contexto marcan el pensamiento inscrito en un presente continuo. Únicamente desarrolla autoconciencia a partir de experiencias vividas directamente.

    1. La mente mimética: Permite prescindir de la presencia del objeto y producir representaciones a partir de los gestos y de las acciones. El cuerpo se convierte en un instrumento para la representación y a la vez en el propio sistema de representación de manera que se posibilita la transmisión de conocimiento, de habilidades a través de la representación externa desde el gesto y la acción.

    1. La mente simbólica o mítica: El lenguaje simbólico posibilita en este estrato un nivel más en la construcción de las representaciones mentales. El lenguaje será el motor de la representación a través de la narración, de la historia, permitiendo descontextualizar las representaciones, posibilitando el ejercicio abstracto con el uso de objetos no presentes, no obstante, el aprendizaje o habilidades que se transmiten, son seriadas, secuenciales, pero la oralidad no permite una huella permanente.

    2. La mente teórica: hay un salto tecnológico en la representación, los objetos se transforman en metarrepresentaciones posibilitando la acumulación del conocimiento a través de las tecnologías simbólicas, que no solo son medio de representación sino también objeto tangible de representación.

    En la metarrepresentación, en esa “enfermedad de los ojos” que permite operar al pensamiento sin tener los objetos presentes, reside el núcleo de nuestro razonamiento que Alberto Caeiro desdeña, como también lo hace la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

    Hoy nuestra sociedad está cómodamente condenada en el plano de la comprensión, dirigidos por una mente simbólica donde el lenguaje, lo visual, condicionan la comprensión del mundo; sin una huella que vaya más allá de la duración de unas declaraciones, el podcast o el reel. Una huella efímera que guía el pensamiento por el camino de la comprensión del presente, donde en su concepción cabe todo lo mágico y lo mítico, la falacia y la mentira, porque, en su esencia efímera, gana la veracidad del momento ante la imposibilidad de contrastar su certeza.

    El paso a la metarrepresentación es necesario para, además de comprender, transformar. La mente teórica va más allá de la comprensión: es la que nos permite construir, modificar y redefinir el mundo que habitamos. No está al alcance de todos, no por falta de capacidad, sino por una brecha cultivada desde el desinterés, por una voluntad estructural que impide que el conocimiento trascienda más allá del instante efímero necesario para una reparación performativa, sustanciada en gestos que aparentan cambio sin cuestionar lo estructural.

    Quienes ciegan sus ojos y sentidos a la mente teórica, alcanzan conciencia y vocación transformadora y con frecuencia son condenados. Porque el poder de transformar ha sido, desde siempre, patrimonio de los dioses, y cuando el ser humano intenta ejercerlo, es castigado. Transformar es pecado, un acto de osadía, un atentado contra la gracia divina encarnado en la imagen de Eva y desde los tiempos del Génesis merece castigo.

    Desde los ojos de Alberto Caeiro y de los de muchos a los que dios les conserva su vista, especialmente en el ojo derecho, el futuro no se ve porque no existe. El futuro se crea desde la transformación del presente, a través de mil metacogniciones que no se pueden ver, que se piensan y todo aquello que el ojo no ve, para las mentes más simples, es un acto revolucionario.

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  • Acciones y legitimidad democrática

    Ante la ausencia de acciones comunicativas que consensuan un discurso compartido y colectivo, el intento por liderar y consolidar la cohesión se traduce en una exacción ideológica.

    El martes pasado, en una pequeña tertulia que solemos tener en la Casa del Pueblo, Miguel, estimado compañero y amigo, compartió con nosotros un Mapa Epistemo-Genealógico del Conocimiento Occidental, especialmente sugerente.

    En un punto del gráfico y hundiendo la raíz en la más absoluta racionalidad materialista de Marx, estaba Habermas desplazándose hacia una racionalidad intersubjetiva.

    Para Habermas, las acciones son un fenómeno complejo e intersubjetivo que implican un actor competente, una intención comprensible, un objetivo justificable y un contexto normativo, social y lingüístico compartido. Toda acción está orientada al sentido -es decir, dirigida por intenciones comprensibles por otros-, es consciente y evaluable en términos de validez (verdad, corrección y veracidad). Y en este marco, Habermas propone una tipología de acciones según el modo en que los sujetos orientan su comportamiento en contextos sociales y el papel que desempeña el lenguaje como mediador entre actores, normas e interpretación del mundo:

    • Acción instrumental, sería aquella que tiene como finalidad alcanzar un objetivo, por ejemplo enviar un whatsapp a un grupo para comunicar una convocatoria al objeto de incrementar la asistencia a un evento que se promociona.

    • Acción estratégica, encaminada a lograr un objetivo manipulando o influenciando a otros actores sin buscar un consenso. En este tipo de acciones hay espacio para la falacia y la mentira como por ejemplo, asegurar que determinadas personas albergan oscuras intenciones y para el menoscabo y el insulto. Este tipo de acción es la que básicamente hoy delimita el marco del lodazal en que se ha convertido la política, también la interna.

    • Acción normativa, tiene como fin seguir las normas compartidas por un grupo, no solo en el marco estatutario que podría regir el pensamiento talibán, sino también en marco ético delimitado por el plano ideológico, como por ejemplo no hacer apología de la fe cuando se representa a instituciones que se definen como laicas o aconfesionales.

    • Acción dramatúrgica, la que se ejecuta para expresar la subjetividad del actor ante un público; aquí hay espacio tanto para la oración como para la poesía. Por ejemplo, ese romperse la camisa de Camarón, esa tendencia a compartir sentimentaloides parrafadas (como esta que les escribo u otras) de un mundo totalmente subjetivo que busca alienar de la realidad objetiva a las personas que viven las dificultades del día a día en el ejercicio y el acceso a sus derechos (hablamos de sanidad, trabajo, vivienda y educación entre otros).

    • Y por último la acción comunicativa, cuya finalidad es la de lograr el entendimiento mutuo entre sujetos libres e iguales, basada en razones y argumentos y cuyo ejercicio requiere de intenciones comprensibles, de veracidad subjetiva, de verdad objetiva y corrección normativa. Por ejemplo, el diálogo democrático encaminado al consenso, como la tertulia de los martes ;-).

    Si has llegado hasta aquí leyendo, coincidirás conmigo y también con Habermas, que la acción comunicativa debería ser la base de toda organización y sociedad que se precien de democráticas y justas ya que su objetivo es la búsqueda de acuerdos a través de la razón compartida, sin imposiciones ni manipulaciones, sin la instrumentación del otro. Es aquí cuando el lenguaje para Habermas y por extensión el discurso no es solo un medio para transmitir información sino que se convierte también en una herramienta para coordinar la acción sobre la base del entendimiento mutuo.

    Hoy, creo que un poco en todos los contextos, no solo en el político, con el triunfo del individualismo, se busca “estabilidad” a través de acciones instrumentales y sobre todo estratégicas, normativas y dramatúrgicas donde lo que menos importa es la acción comunicativa. Entre otras razones porque desde el individualismo y el personalismo la respuesta a la intencionalidad está cubierta con todas las anteriores y el ejercicio de la acción comunicativa, el consenso, exige generosidad a la hora de construir una verdad compartida.

    En el plano político, la ausencia de acciones de comunicación, impide la cohesión necesaria para sumar las mayorías necesarias para liderar; sustanciando y evidenciando un debilitamiento de las dinámicas democráticas donde, se puede afirmar que, muchos de sus líderes son autoproclamados con pírricos porcentajes a través de procesos cada vez más alejados del necesario cuórum que les dota de legitimidad.

    Llegados a este punto, y ante la ausencia de acciones comunicativas que consensuan un discurso compartido y colectivo que orientan hacia un objetivo común, el intento, ya desesperado, por liderar y consolidar la cohesión necesaria para sostener la mayoría se traduce en una exacción ideológica: una apropiación estratégica, instrumental y dramatúrgica del discurso de otros colectivos, por muy dispares que sean, configurando así un espacio centrífugo, donde reina la contradicción de principios, cómodo para piratas y exiliados que necesitan asilo; donde el fin justifica los miedos (sí, los miedos) y se desahucia y condena a la desafección a quienes en su momento, con su generosidad, desde la acción comunicativa, sumaron para que ganásemos todos ;-).

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