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  • Ser y estar

    Cuando una organización prioriza a quienes están por encima de quienes realmente son, su identidad comienza a diluirse.

    Ser y estar son dos verbos que nos ayudan a interpretar la realidad y a operar con el entorno de una manera muy objetiva ya que, en su naturaleza copulativa, únicamente sirven de enlace entre un sujeto y un atributo, sin aportar ningún otro tipo de significado más allá del estado (estar) o cualidad (ser).

    Ser y estar conforman dos coordenadas indispensables para describir estados y esencias, atribuir propiedades, ubicaciones y condiciones. Nos permiten definir nuestra realidad en dos dimensiones, al contrario que, por ejemplo, los ingleses que construyen su ser y su estado de forma unidimensional: el verbo to be es al mismo tiempo ser y estar. Los hijos y las hijas de Gran Bretaña viven en estado de superposición, son y están a la vez, hasta que chocan con la cruda realidad y se hallan o se sienten definitivamente. Puede parecer una estupidez, pero desde tiempos de Shakespeare, las y los británicos se llevan preguntando si están o no son o si son y no están (el famoso to be or not to be), confusión que ha llegado en ocasiones a materializar errores históricos como la del Brexit, donde muchos votaron pensando que por estar en Europa serían Europeos sin estar en la Unión Europea (to be and not to be, baby).

    Las y los españoles, a pesar de tener estos dos esquemas mentales bien diferenciados que nos permiten analizar la realidad y tomar decisiones desterrando esta ambigüedad, en función de lo que somos y de donde estamos, hemos empezado a confundir ambos conceptos y en nuestros análisis cada vez es más común encontrarse ciudadanos o ciudadanas que creen estar o pertenecer a un grupo o determinada clase que no son, en un estado de superposición similar al británico que, como pasó con el Brexit, se prevé será resuelto en su momento de manera drástica, como en Argentina y Estados Unidos, por la vía democrática de forma que aquellos con los que estos creen estar, les recuerden lo que son.

    Ser y estar.

    En las organizaciones se puede estar sin ser parte de ella. Uno puede estar en una empresa sin ser comprometido en su misión. Uno puede estar en la iglesia sin ser cristiano.

    Cuando una organización prioriza a quienes están por encima de quienes realmente son, su identidad comienza a diluirse. Este fenómeno se hace evidente cuando los procesos internos anulan el debate sobre los intereses fundamentales de quienes la componen y se resuelven rápidamente con el único fin de mantener la estructura y la permanencia de ciertos individuos en posiciones de poder. En estos casos, las decisiones dejan de responder a la esencia y misión de la organización y se convierten en simples mecanismos para garantizar que determinados grupos sigan estando, sin importar si realmente son parte del propósito que dio origen a la entidad.

    En este tipo de dinámicas, la organización pierde su capacidad de autodefinirse y adaptarse a su entorno. En lugar de evolucionar a partir de unos principios sólidos y una identidad clara obtenida en proceso dialéctico permanente con los que son, se vuelve un ente inerte, gobernado por la inercia de quienes han logrado estar, están y confabulan para seguir estando, generando un vacío de liderazgo y visión, donde el rumbo ya no se define por lo que la organización es, sino por los intereses coyunturales de aquellos que circunstancialmente están y los que quieren estar.

    Cuando el estar se impone sobre el ser, los valores fundacionales se vuelven accesorios y la cultura organizacional se vacía de significado. La toma de decisiones se reduce a una cuestión de supervivencia dentro del sistema, en lugar de un ejercicio de alineación con una visión estratégica. La organización, en estos casos, se convierte en un instrumento al servicio de sus ocupantes, dejando de lado su propósito real.

    Este fenómeno no solo erosiona la identidad de la organización, sino que la vuelve frágil y dependiente de quienes la ocupan en un momento dado. La falta de una identidad bien definida impide la construcción de un legado sólido y, con el tiempo, la organización se vuelve irrelevante o, peor aún, se desmorona cuando quienes están desaparecen, porque nunca hubo una base auténtica que sostuviera su continuidad.

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  • La parábola del caballo muerto

    El mayor error que se suele cometer en las organizaciones es que, en aras de perseguir determinados estándares de eficiencia o calidad, se termina cayendo en el reduccionismo y con ello perdiendo la esencia, la identidad que la define y cohesiona a todos sus miembros y, con ello, la calidad del producto, el resultado de sus acciones.

    Esto se hace evidente también en organizaciones de tipo político. Organizaciones donde la cohesión y compromiso de cada uno de sus miembros con la organización debería ser uno de sus ejes vertebrales, la experiencia de toda su historia parece estar precipitando en procesos tan orientados a la eficiencia del aspecto democrático, que todo queda reducido al triunfo, al guión de una película de indios y vaqueros donde al final solo se cuentan supervivientes y bajas, tan eficaz para la victoria como ineficaz para conformar y consolidar su identidad.

    Se ha optimizado tanto el procedimiento, que el verdadero producto de la organización es el procedimiento en sí, al quedar desprovisto de todo aquello que la dota de sentido, como los tiempos de reflexión, el espacio para el diálogo y el intercambio de opiniones.

    En una sociedad donde priman los KPI, el dato puro en sí mismo, el indicador de democracia de una organización ya no es la pluralidad de pensamientos que la integran, sino el número de procesos democráticos que tienen lugar en ella, sin importar todo lo demás. Y, en aras de optimizar este aspecto, centramos todo el esfuerzo de la organización en ello, acortando plazos de presentación de candidaturas, entorpeciendo los espacios para el diálogo y los acuerdos, buscando cerrar los compromisos y el reparto de responsabilidades antes que la definición de un proyecto, incluso tratando de hacer, en ocasiones el proceso democrático tan perfecto de manera que, llegado el momento ni siquiera se vote, se aclame.

    Con este nivel de perfección, hay organizaciones que alcanzan tan alto nivel de democracia, que son capaces de renovarse por completo en plazos incluso menores a una semana y, si se lo propusieran, alcanzado ya este nivel de eficiencia, sin duda, podrían hacerlo varias veces al año. La eficacia alcanzada durante el proceso es tan alta, que el militante queda reducido únicamente a su condición de indio y su respuesta condicionada al toque de una campana.

    Hablando de indios, hoy el facebook me ha recordado un refrán que se atribuye al pueblo Dakota: “Cuando descubres que estás montando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar”. Y es que cuando se optimizan tanto los tiempos para hacer tan eficientes las democracias, la mayoría de las veces, en estos casos,no da tiempo a desmontar y cambiar de montura.

    En estos momentos, donde el proceso democratico, lejos de ser un claro en el cielo, es un relámpago, en parte para aterrorizar a los que temen a las tormentas -el miedo paraliza no lo olviden-; el pueblo indio, que esos momentos danza, ya no para que llueva, sino para que deje de llover, escucha el cuerno de guerra para ir a la batalla con el caballo muerto y, estupefacto asiste, en mitad de la llamada al apuntar que el caballo está muerto, a la decisión de, que en lugar de cambiar de montura, que sería lo lógico, desarrollar una serie de estrategias y técnicas, por parte de algunos expertos, alrededor del equino muerto que, a mi personalmente, me recuerdan al “¡Trata de arrancarlo, Carlos!. Por dios, ¡Carlos, trata de arrancarlo!”.

    Surgen los herreros que le tratan de poner herraduras nuevas; los guarnicioneros que le reducen el tamaño y el peso de la silla; los mozos de cuadra le cambian el pienso por otro más vitaminado, le cepillan el pelo y le adornan las crines; los jinetes que prefieren cabalgar un muerto antes que tener que buscar otra montura o cabalgar la suya propia; los chamanes que meten el brazo hasta el codo en sus entrañas en su creencia de que el caballo resucitará desde dentro; los sacerdotes y los obispos que prometen que el caballo ganará batallas en el reino de los cielos; mientras los exploradores gritan “¡Por Dios! ¡que paren la guerra! ¿no ven que el caballo está muerto?”.

    La guerra evidentemente no se puede parar, porque lamentablemente en política nosotros no marcamos los tiempos, pero lo que sí está en nuestra mano es cambiar de montura y dejar de hacer tanto el indio.

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  • Liderazgo, miedo y locus de control

    La motivación intrínseca en la gestión del miedo evidencian cómo la derecha asume un liderazgo efectivo basado en un locus de control interno.

    A Rotter se le considera uno de los principales teóricos del aprendizaje social. Desarrolló sus teorías en un ambiente académico donde toda interpretación de la vida se reducía a lo meramente observable, a las respuestas que acontecían ante los estímulos o, en un doble mortal a la hora de establecer la causalidad, en el modo en que esta relación podía ser operada en función de un premio o un castigo.

    A pesar de las presiones de este contexto tan reduccionista, Rotter va conformando su teoría del aprendizaje social, sentando algunas bases del modelo actual cognitivo-conductual para explicar la realidad, inspirado, quizá, en que la lógica lleva a pensar que desde que se escucha una campana y se saliva, por la cabeza pueden pasarle a uno muchas cosas.

    Uno de los conceptos más interesantes de su teoría es la del locus de control, que se refiere a la percepción que una persona tiene sobre el grado de control que ejerce sobre los eventos de su vida. Simplificado y traducido a la vida cotidiana a qué causas o a quienes echamos la culpa cuando las cosas no salen o salen según lo esperado.

    Rotter definió dos tipos de principales de locus de control que tienen su aplicación en diferentes campos de la psicología y la sociología y por su generalización, también en la política:

    1.- El locus de control interno: Las personas con este tipo de locus de control creen que sus acciones, esfuerzo y decisiones personales son los principales determinantes de los resultados en sus vidas. Este tipo se asocia con mayor motivación, rendimiento y desempeño y un mejor afrontamiento de los problemas cotidianos.

    2.- Locus de control externo: Las personas con locus de control externo creen que factores externos, como la suerte, el destino, el azar o el control de otros, son los principales responsables de los resultados en sus vidas. Este tipo se asocia con niveles altos de desesperanza que es lo que desemboca la lógica de creer que las desgracias que nos acontecen tienen un componente divino.

    Un liderazgo que se desarrolla bajo las coordenadas de un locus de control externo aborda los problemas desde una postura contemplativa y pasiva, llevando a sus seguidores, al enfatizar los factores externos en sus argumentos, a un estado de indefensión aprendida, inhibiendo la motivación y con ello la movilización intrínseca, necesaria en una organización, para cambiar las cosas.

    Un liderazgo perfilado a través de un locus de control interno garantiza la persistencia ante desafíos y retos políticos complejos, irradia confianza, facilita la captación talento, se traslada sensación de control y competencia que moviliza al equipo y orienta la organización al logro.

    Hoy en política, en todos sus ámbitos mundial, nacional, autonómico y local, tanto a derecha como a izquierda se gestionan los problemas a los que nos enfrentamos desde la perspectiva catastrofista del miedo y con éste como motor de movilización social orientado a consolidar las mayorías necesarias para gobernar o asumir liderazgos en el interior de las organizaciones. El miedo y el locus de control están íntimamente relacionados.

    Cuando quienes pretenden liderar realizan una gestión del miedo desde su locus de control externo, se traslada un mensaje exculpatorio y amenazante donde los problemas y su solución no dependen de uno mismo, dependen de titulares de periódicos, de un enemigo feroz o de órdenes superiores, de factores que se reconocen en el discurso como excusas que escapan al control de uno mismo. Cuando esto sucede la organización se paraliza y cualquier estrategia planteada es de evitación generando un clima de desesperanza y desafección.

    Cuando la gestión se realiza desde un locus de control interno se adopta un enfoque activo, en el que se desarrollan técnicas y estrategias, se planifican soluciones y se enfrentan los problemas como desafíos que la organización y el equipo pueden gestionar a través del esfuerzo y la estrategia política.

    La motivación intrínseca en la gestión del miedo, así como el mensaje de autocontrol que se transmite para enfrentarlo, evidencian cómo la derecha asume un liderazgo efectivo basado en un locus de control interno. Este enfoque no solo reafirma su identidad si no que confronta, en la gestión de esas las mismas variables, con el modelo de que la izquierda utiliza para movilizar a sus bases, pero desde una perspectiva de control externa, poniendo el foco en la estrategia del contrario sobre la que no se tiene autoridad, apuntando a factores que son percibidos por su público como ajenos a su control.

    En este esquema la derecha capitaliza su ventaja mientras la izquierda se desmoviliza y sucumbe a la parálisis e indefensión abocando cualquier actividad política a lo meramente anecdótico, descriptivo o suplicatorio

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  • El espejismo del consenso

    La homogeneización, es una de las estrategias empleadas por las instituciones o sistemas que priorizan, por encima de cualquier otra cosa, valores como la eficiencia. Cuando se adopta esta como vía al logro de unos objetivos, emergen mecanismos como la censura y la exclusión de lo distinto al ser percibido como obstáculo para mantener la estabilidad del sistema.

    En un marco progresista, esta práctica lejos de ayudar a consolidar avances y conquistas, nos aleja de ellos al dejar atrás lo diverso y el disenso, lo plural que en definitiva es lo que consolida mayorías. El resultado de la homogeneización como proceso trae como subproducto a nuestras organizaciones la singularidad y el pensamiento único.

    Hoy todas nuestras instituciones y también nuestro partido tienden a operar bajo la lógica de la técnica y metodologías -como esta la homogeneización- incluso importadas de otros idearios; las decisiones que se toman, los programas que se elaboran, están basados más en cálculos y argumentos abstractos que dibujan unas necesidades cargadas de sesgos, que en una deliberación ideológica y democrática, excusados en una falsa percepción de que el conflicto político y la diversidad de opiniones ralentizan los procesos de toma de decisiones en la consecución de objetivos.

    En este proceso donde se excluye lo diferente, lo distinto, organizaciones como la nuestra, reprimen el antagonismo esencial para el mantenimiento de una actividad política necesaria para mantener viva a la organización y para la suma de mayorías necesaria para el triunfo. El producto de la uniformidad (no confundir con la unidad) materializa unas acciones políticas cuyos resultados en el mejor de los casos serán neutrales para los excluidos, dejando atrás la posibilidad de un verdadero cambio social.

    La reducción de la discrepancia, de la pluralidad en un partido político, en última instancia trae consigo la despolitización y desafección de su militancia porque está finalmente advierte que toda actividad política se reduce a un espectáculo gestionado por una élite de tintes tecnocráticos, mientras que el resto son relegados a papeles de consumidores pasivos.

    El conflicto y la discrepancia en una organización que se precie de democrática ha de ser gestionado siempre desde la perspectiva de la oportunidad porque el resultado surgido de la dialéctica, el consenso, será siempre una suma y no como un problema cuyo producto es el autoritarismo en diferentes grados de intensidad.

    Estos procesos de cohesión de lo uniforme, crea burbujas independientes donde cualquier interacción se reduce a los elementos del propio sistema de pensamiento homogeneizado y único, fortaleciendo unas falsas creencias y percepciones de consenso y mayorías, sobre las que cualquier decisión que se tome estará débil y artificialmente fundamentada.

    La búsqueda del consenso y mayorías a través de las prácticas de homogeneización, en ocasiones, se impulsa a través de procesos acelerados con el objetivo de contener las discrepancias, encubriéndolas en un intento desesperado por recuperar y normalizar lo prescriptivo, anulando cualquier posibilidad de diálogo, incrementando las distancias entre quienes quedan excluidos y quienes dictan lo normativo.

    En esa frenética huida hacia adelante la amenaza de confrontación aunque se crea silenciada, no desaparece, se intensifica alimentada por la incapacidad de incorporar y gestionar el disenso. La carga ideológica del sistema acaba confluyendo en una amplia mayoría en los márgenes del sistema; estigmatizada pero configurando un relato, completando un argumentario que resta credibilidad al producto homogeneizado y con el voto como instrumento de garantía para recuperar la voz y reclamar el espacio necesario, y es en ese momento donde lo discriminado alcanza reconocimiento y donde se vuelven a conjugar los elementos necesarios para llevar a cabo la transformación.

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  • Organizaciones milenarias

    Una de las organizaciones políticas más antiguas que todos conocemos es la Iglesia Católica. Con sus más de 2000 años de historia y una militancia activa que no pierde asamblea, consolida una fuerza a base de moral de pensamiento que incluso estando en la oposición es capaz de influir en la toma de decisiones más relevantes de nuestra sociedad, que nos afectan a todas y a todos.

    El sentido de pertenencia a la organización de cada uno de sus miembros, de reconocimiento mutuo y la disciplina de su moral es un pegamento que la ha permitido sobrevivir a cualquier crisis o persecución y aunque como en todas las organizaciones sus miembros salen y entran, su ideario, sus valores y la esencia de su doctrina, gracias a sus ritos, ha permanecido prácticamente inmutable a lo largo de los tiempos. Este éxito organizativo, desde el punto de vista metodológico, bien podría ser tomado como manual para cualquier organización con aspiración a cumplir centenas.

    Cualquiera puede ser cristiano. Basta con manifestar la intención de serlo y con una breve ceremonia de iniciación enseguida pasas a engrosar el censo. Pero al contrario que en otras organizaciones donde por el mero hecho de estar censado ya participas en toda la cadena de decisiones, en esta no basta con ser cristiano, antes de ser llamado a cualquier mesa tienes que hacer la primera comunión.

    Hacer la primera comunión, no es un acto banal, como tampoco lo es participar en una asamblea. Para hacer la primera comunión, antes deberás cursar como mínimo dos años de catecismo, donde poco a poco, del mismo modo que unos se convencen de que el camino hacia la justicia social y la igualdad de oportunidades pasa por la defensa de los servicios públicos, en las horas de catecismo uno va abriendo su alma a la gracia de dios y tomando como modelo a Jesús, del mismo modo que otros tomarían de modelo a Pablo Iglesias, Largo Caballero o Besteiro. La comunión, es un requisito que no solo permite a los cristianos ser llamados a la mesa sino que también es un condición previa de acceso a determinados ministerios y es el punto de partida a partir del cual desarrollar una vocación, que desde luego puede tener intereses personales, pero nace y se consolida a partir de unos referentes colectivos, adquiridos en esa catequesis, que de alguna manera ya están guiando el resultado al beneficio de la comunidad.

    En la iglesia católica, sus miembros, participan activamente en las actividades de la comunidad, en cada asamblea cada uno generosamente en función de su interés y capacidad. Desde la mera asistencia a la eucaristía, a labores de intendencia como la limpieza, la intendencia (luces y calefacción) o ejercer de monaguillos quienes sienten la llamada a ser ministros. Llegarán a ministro únicamente aquellos en ese compromiso y vocación haya sido constantes, no solo hayan hecho la primera comunión sino que también hayan renovado sus votos y hecho un noviciado antes de jurar el puesto, sufriendo así una transformación ideológica, lo que Foucault llamaba espiritualidad, que lo que consigue es alinear los objetivos e intereses personales con los de la propia organización garantizando de esta manera que cualquier triunfo personal redunda inevitablemente en beneficio colectivo.

    Creer que una organización sobrevivirá y basará su fuerza tan solo con el bautismo, es un error garrafal y de bulto, que condena a la desafección a quienes forman históricamente parte de ella y a la desorganización. Sabe la iglesia, por vieja, que abrir su censo a cualquier fé y sentar a la mesa a quien no ha hecho la primera comunión, no sólo no suma mayorías efectivas sino que también diluye su fuerza moral y sus referentes en la organización; porque aunque haya capítulos en los libros de historia (algunos lo llaman mochila) que aparentemente son los mismos también hay discrepancias y lo que para unos es dios para otros, que no han hecho el la primera comunión, tan solo será un profeta o en el peor de los casos un personaje histórico. Una organización que aspira, como la iglesia, a cumplir aniversarios por centenas, debería ser más cuidadosa con sus prácticas.

    En las mayores crisis vocacionales las organizaciones milenarias, no abren su censo a agnósticos, musulmanes o judíos, todo lo contrario se rearman ideológicamente, refuerzan su doctrina a través de los ritos y si un ministro tiene que servir en dos parroquias la curia le compra una moto, pero no llama a ministerio desde InfoJobs o LinkedIN.

    Si queremos sobrevivir como organización, debemos proteger nuestras iglesias ya no digo solo de mercaderes, sino de cualquiera que compre un catecismo en el rastro y lo recite como un papagayo, porque al final la práctica de la fe, como la práctica del socialismo, significa encarnar sus principios de forma reflexiva, comprometiéndose con la transformación personal y colectiva que estos conllevan, asegurando que todas las acciones reflejen de manera auténtica y asumida los ideales que defendemos y eso, compañeras y compañeros, no se logra sin catequesis ni noviciado.

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  • Los concilios cadavéricos

    La memoria ha de ser catapulta hacia un mañana poniendo de relieve lo que nos une, porque algunos estamos convencidos de que es ese el puente sobre el que se materializan nuestros sueños.


    Los tiempos del Sacro Imperio Romano fueron complejos en ausencia de instrumentos democráticos que legitimasen el poder. El uso de la fuerza y la represión contra los disidentes y discrepantes y las complejas alianzas políticas eran prácticamente el único instrumento para acceder y sostener el poder.

    En ese contexto histórico y político, un tal Formoso se abre camino y alcanza el papado allá por el 891. Un papado bastante turbulento, donde las discrepancias se resolvían de manera rápida sellando el pasaporte a mejor vida y aunque hay historiadores que aseguran que tuvo una muerte violenta, también hay quien se aventura a decir que Formoso, superados ya los 80 años de edad, se las arregló para morir plácidamente en la cama.

    A su muerte, alrededor de su figura creció un aura de santidad entre quienes le habían seguido. Un aura que, visto así en perspectiva, sin duda contribuiría a enrarecer aún más las tensiones políticas que habría en aquella época. Y en ese contexto, entre tanto ruido de espadas, emergía la voz de Lamberto de Spoleto, importante de la nobleza italiana, empeñado en que todos condenaran de manera pública los actos y las decisiones que había tomado el papa Formoso en un enconado acto de menoscabar su creciente santidad y a sus seguidores.

    Y fue así como transcurridos unos meses de la muerte de la muerte de Formoso, en una irreverente estrategia para cualquier época, el notable noble Lamberto y el por entonces papa Esteban VI decidieron exhumar literalmente el cadáver de Formoso y sentarlo (también literalmente) en el banquillo de los acusados, para someterlo a sumarísimo juicio; acusándolo, entre otros delitos, de haber accedido al trono de San Pedro de manera “no reglamentaria” para la época; y a pesar de contar, como en todo juicio, con un buen abogado de oficio fue condenado, depuesto como papa y anulados todos los nombramientos y disposiciones que había realizado en vida.

    El caso es que el efecto conseguido con este juicio sumarísimo, denominado por la historia como el “Concilio Cadavérico”, fue el opuesto al deseado y lejos de afianzar la figura política de sus promotores se socavó la legitimidad y la popularidad de los artífices desatando una ola de indignación generalizada: Lamberto fallecería en extrañas circunstancias en accidente -dicen- de caza, comenzando el declive de la influencia política de su familia (dinastía en aquellos tiempos) y Esteban fue encarcelado apareciendo estrangulado en su celda meses después.

    Desde entonces los “Concilios Cadavéricos” en nuestra sociedad se suceden en aras de condenar o glorificar sujetos y actos pasados. Las exhumaciones, en una sociedad tan avanzada como la nuestra, son casi siempre figuradas, pero pienso que los intereses que subyacen a los juicios sumarísimos que los acompañan, siguen siendo los mismos.

    Espero no mentir si digo que somos muchos, a izquierda y a derecha, los que vemos que este bucle de exhumaciones nos impiden mirar con claridad al futuro. La memoria utilizada únicamente como instrumento de reparación o redención es ineficaz porque en todos sus procesos media la interpretación subjetiva de quienes perciben lo acontecido haciendo imposible consensuar un criterio sólido sobre el que hacer pie político para no hundirse. Porque, en esos procesos, median las creencias de cada una y cada uno de nosotros que, en la inmensa mayoría de casos, vienen marcadas epigenéticamente en muchas generaciones como la mía.

    La memoria, lejos de ser ancla que impida zarpar o navegar, ha de ser catapulta hacia un mañana poniendo de relieve lo que nos une, celebrando los compromisos adquiridos en el pasado para construir futuro, sometiéndolos a renovación y conmemorando en definitiva lo que nos une, porque algunos estamos convencidos de que es ese el puente sobre el que se materializan nuestros sueños y deseos.

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  • Contra la mirada satisfecha

    […] también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”

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    Los mejores amigos, son aquellos que comparten el conocimiento contigo, desinteresada y proactivamente. Ayer sin ir más lejos, entre las muchas cosas que compartimos, vinieron unas palabras de una fuerza contenida tal que derribaron los muros que encarcelaban a Pessoa entre los barrotes de mi ignorancia

    […]Me he equivocado en la vida desde el principio, porque ni siquiera soñándola me ha parecido agradable. Me ha inundado la fatiga del sueño… Al sentirla he experimentado una sensación extrema y falsa, como la de haber llegado al final de una carretera infinita. He hecho transbordo de mi mismo hacia no se donde, y ahí me he quedado estancado e inútil. Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.[…]

    Por el tremendo agujero que se abrió en el muro que impedía asomarme a la alienación de su yo, a su existencialismo melancólico y desencantado echaron a correr con él sus heterónimos, también Alberto Caeiro que al cruzarse sus líneas conmigo escupió eso de “pensar es estar enfermo de los ojos”.

    Es imposible permanecer impávido ante esa frase que, en definitiva, es un lema que dinamiza los contextos sociales de nuestro mundo y traza una senda sin apenas espinas más hacía las más absoluta individualidad, un mantra que nos condena y abandona al puro determinismo, porque, para dirigirse por el mundo, no hace falta pensar ni pensarlo, basta tan solo comprenderlo a través de la mirada y los sentidos, tan solo mirarlo y estar de acuerdo o no con él.

    Y me vino a la mente Donald, no el pato ni el trompas, Merlin Donald un psicólogo y neurocientífico canadiense que en su interés por la evolución de la mente humana, formuló una teoría sobre los sistemas de representación con los que operamos en nuestro pensamiento. Donald postula que nuestra mente, nuestro pensamiento opera inmerso en un contexto cultural donde las representaciones, lo que ven nuestros ojos, lo que perciben nuestros sentidos, son cada vez más completas y establece una correlación con los tipos de mentes que las utilizan, las que operan nuestro pensamiento.

    1. La mente episódica: No utiliza ni transforma las representaciones de los sucesos más allá de los estímulos físicos. El momento y el contexto marcan el pensamiento inscrito en un presente continuo. Únicamente desarrolla autoconciencia a partir de experiencias vividas directamente.

    1. La mente mimética: Permite prescindir de la presencia del objeto y producir representaciones a partir de los gestos y de las acciones. El cuerpo se convierte en un instrumento para la representación y a la vez en el propio sistema de representación de manera que se posibilita la transmisión de conocimiento, de habilidades a través de la representación externa desde el gesto y la acción.

    1. La mente simbólica o mítica: El lenguaje simbólico posibilita en este estrato un nivel más en la construcción de las representaciones mentales. El lenguaje será el motor de la representación a través de la narración, de la historia, permitiendo descontextualizar las representaciones, posibilitando el ejercicio abstracto con el uso de objetos no presentes, no obstante, el aprendizaje o habilidades que se transmiten, son seriadas, secuenciales, pero la oralidad no permite una huella permanente.

    2. La mente teórica: hay un salto tecnológico en la representación, los objetos se transforman en metarrepresentaciones posibilitando la acumulación del conocimiento a través de las tecnologías simbólicas, que no solo son medio de representación sino también objeto tangible de representación.

    En la metarrepresentación, en esa “enfermedad de los ojos” que permite operar al pensamiento sin tener los objetos presentes, reside el núcleo de nuestro razonamiento que Alberto Caeiro desdeña, como también lo hace la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

    Hoy nuestra sociedad está cómodamente condenada en el plano de la comprensión, dirigidos por una mente simbólica donde el lenguaje, lo visual, condicionan la comprensión del mundo; sin una huella que vaya más allá de la duración de unas declaraciones, el podcast o el reel. Una huella efímera que guía el pensamiento por el camino de la comprensión del presente, donde en su concepción cabe todo lo mágico y lo mítico, la falacia y la mentira, porque, en su esencia efímera, gana la veracidad del momento ante la imposibilidad de contrastar su certeza.

    El paso a la metarrepresentación es necesario para, además de comprender, transformar. La mente teórica va más allá de la comprensión: es la que nos permite construir, modificar y redefinir el mundo que habitamos. No está al alcance de todos, no por falta de capacidad, sino por una brecha cultivada desde el desinterés, por una voluntad estructural que impide que el conocimiento trascienda más allá del instante efímero necesario para una reparación performativa, sustanciada en gestos que aparentan cambio sin cuestionar lo estructural.

    Quienes ciegan sus ojos y sentidos a la mente teórica, alcanzan conciencia y vocación transformadora y con frecuencia son condenados. Porque el poder de transformar ha sido, desde siempre, patrimonio de los dioses, y cuando el ser humano intenta ejercerlo, es castigado. Transformar es pecado, un acto de osadía, un atentado contra la gracia divina encarnado en la imagen de Eva y desde los tiempos del Génesis merece castigo.

    Desde los ojos de Alberto Caeiro y de los de muchos a los que dios les conserva su vista, especialmente en el ojo derecho, el futuro no se ve porque no existe. El futuro se crea desde la transformación del presente, a través de mil metacogniciones que no se pueden ver, que se piensan y todo aquello que el ojo no ve, para las mentes más simples, es un acto revolucionario.

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  • Acciones y legitimidad democrática

    Ante la ausencia de acciones comunicativas que consensuan un discurso compartido y colectivo, el intento por liderar y consolidar la cohesión se traduce en una exacción ideológica.

    El martes pasado, en una pequeña tertulia que solemos tener en la Casa del Pueblo, Miguel, estimado compañero y amigo, compartió con nosotros un Mapa Epistemo-Genealógico del Conocimiento Occidental, especialmente sugerente.

    En un punto del gráfico y hundiendo la raíz en la más absoluta racionalidad materialista de Marx, estaba Habermas desplazándose hacia una racionalidad intersubjetiva.

    Para Habermas, las acciones son un fenómeno complejo e intersubjetivo que implican un actor competente, una intención comprensible, un objetivo justificable y un contexto normativo, social y lingüístico compartido. Toda acción está orientada al sentido -es decir, dirigida por intenciones comprensibles por otros-, es consciente y evaluable en términos de validez (verdad, corrección y veracidad). Y en este marco, Habermas propone una tipología de acciones según el modo en que los sujetos orientan su comportamiento en contextos sociales y el papel que desempeña el lenguaje como mediador entre actores, normas e interpretación del mundo:

    • Acción instrumental, sería aquella que tiene como finalidad alcanzar un objetivo, por ejemplo enviar un whatsapp a un grupo para comunicar una convocatoria al objeto de incrementar la asistencia a un evento que se promociona.

    • Acción estratégica, encaminada a lograr un objetivo manipulando o influenciando a otros actores sin buscar un consenso. En este tipo de acciones hay espacio para la falacia y la mentira como por ejemplo, asegurar que determinadas personas albergan oscuras intenciones y para el menoscabo y el insulto. Este tipo de acción es la que básicamente hoy delimita el marco del lodazal en que se ha convertido la política, también la interna.

    • Acción normativa, tiene como fin seguir las normas compartidas por un grupo, no solo en el marco estatutario que podría regir el pensamiento talibán, sino también en marco ético delimitado por el plano ideológico, como por ejemplo no hacer apología de la fe cuando se representa a instituciones que se definen como laicas o aconfesionales.

    • Acción dramatúrgica, la que se ejecuta para expresar la subjetividad del actor ante un público; aquí hay espacio tanto para la oración como para la poesía. Por ejemplo, ese romperse la camisa de Camarón, esa tendencia a compartir sentimentaloides parrafadas (como esta que les escribo u otras) de un mundo totalmente subjetivo que busca alienar de la realidad objetiva a las personas que viven las dificultades del día a día en el ejercicio y el acceso a sus derechos (hablamos de sanidad, trabajo, vivienda y educación entre otros).

    • Y por último la acción comunicativa, cuya finalidad es la de lograr el entendimiento mutuo entre sujetos libres e iguales, basada en razones y argumentos y cuyo ejercicio requiere de intenciones comprensibles, de veracidad subjetiva, de verdad objetiva y corrección normativa. Por ejemplo, el diálogo democrático encaminado al consenso, como la tertulia de los martes ;-).

    Si has llegado hasta aquí leyendo, coincidirás conmigo y también con Habermas, que la acción comunicativa debería ser la base de toda organización y sociedad que se precien de democráticas y justas ya que su objetivo es la búsqueda de acuerdos a través de la razón compartida, sin imposiciones ni manipulaciones, sin la instrumentación del otro. Es aquí cuando el lenguaje para Habermas y por extensión el discurso no es solo un medio para transmitir información sino que se convierte también en una herramienta para coordinar la acción sobre la base del entendimiento mutuo.

    Hoy, creo que un poco en todos los contextos, no solo en el político, con el triunfo del individualismo, se busca “estabilidad” a través de acciones instrumentales y sobre todo estratégicas, normativas y dramatúrgicas donde lo que menos importa es la acción comunicativa. Entre otras razones porque desde el individualismo y el personalismo la respuesta a la intencionalidad está cubierta con todas las anteriores y el ejercicio de la acción comunicativa, el consenso, exige generosidad a la hora de construir una verdad compartida.

    En el plano político, la ausencia de acciones de comunicación, impide la cohesión necesaria para sumar las mayorías necesarias para liderar; sustanciando y evidenciando un debilitamiento de las dinámicas democráticas donde, se puede afirmar que, muchos de sus líderes son autoproclamados con pírricos porcentajes a través de procesos cada vez más alejados del necesario cuórum que les dota de legitimidad.

    Llegados a este punto, y ante la ausencia de acciones comunicativas que consensuan un discurso compartido y colectivo que orientan hacia un objetivo común, el intento, ya desesperado, por liderar y consolidar la cohesión necesaria para sostener la mayoría se traduce en una exacción ideológica: una apropiación estratégica, instrumental y dramatúrgica del discurso de otros colectivos, por muy dispares que sean, configurando así un espacio centrífugo, donde reina la contradicción de principios, cómodo para piratas y exiliados que necesitan asilo; donde el fin justifica los miedos (sí, los miedos) y se desahucia y condena a la desafección a quienes en su momento, con su generosidad, desde la acción comunicativa, sumaron para que ganásemos todos ;-).

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